Los tres coyotes

La voz de la experiencia
Los tres coyotes
Por Gonzalo Enrique Bernal Rivas
—¿Bueno?
—Ruth, ¿Dónde estás? ¿Por qué no me contestas? — dijo Luis molesto — Ya tengo que irme al taller. El patrón me va a descontar el día.
—¿Pos qué horas son?
—Ya casi dan las 9.
—No manches, ahorita llego— aseguró la mujer levantando la cabeza y desenredándose de la sábana que la cubría.
—Aguanta, va llegando mi hermana con tu desayuno. Déjame ver si puede quedarse.
—Ándale — respondió Ruth volviendo a apoyar la cabeza sobre su almohada.
—Dice que sí —afirmó Luis aliviado — nos vemos al rato.
—Sí, Güicho — dijo la mujer.
La hermana de Luis, Nayeli, se sentó en la silla plegable que estaba al lado de la casa de campaña que ella misma había montado sobre la banqueta dos días antes. Abrió la bolsa de plástico que había llevado para Ruth. En ella había un tupper con huevo revuelto y frijoles, y un termo con café. Pensó en comerse el desayuno de su cuñada, pero mejor le llamó por teléfono.
—¿A qué hora llegas? — preguntó Nayeli — No hay prisa, pero acuérdate que tengo que ir por la niña a la una.
—Ya estoy llegando a la parada. Nada más el tiempo que hace la combi — prometió Ruth
—Órale. Te traje algo de almorzar.
—No me tardo.
Por fin, cerca de las 10 Nayeli pudo irse al llegar su cuñada. Ruth desayunó con calma. El resto de la mañana lo dedicó a maquillarse, peinarse y platicar con la vecina de la tienda de campaña que estaba antes que la suya en la fila.
—¿Hace mucho que haces esto? — preguntó la vecina.
—¿Qué? — respondió Ruth haciéndose la tonta.
— Pos esto de apartar lugares para los conciertos de la feria — aclaró la vecina.
—¡Ah! Sí, es nuestro tercer año.
—¿Y tú? — inquirió sonriente Ruth.
—Es nuestro primer año. Apenas le íbamos agarrando la onda y ya es el último concierto.
—El chiste es tener un buen contacto.
El día transcurrió tranquilo. Luis y Nayeli regresaron a las 3 de la tarde. Comieron juntos unas tortas que le compraron a un vendedor ambulante y cerca de las 4 levantaron la tienda de campaña y empezaron el negocio. Ruth y Nayeli le preguntaban a los peatones si ya tenían lugar en la fila, mientras que Luis hablaba con su amigo Chucho, el guardia de seguridad, y le cobraba a algunos deudores. A las 7 de la tarde la fila para entrar al concierto empezó a avanzar. Para entonces los tres coyotes ya habían vendido un total de 30 lugares a 200 pesos cada uno. Acompañaron a los clientes hasta el acceso y se desvanecieron. Había sido un buen día.